_ Tú, sobre todo tú, has de detestarlo..._ el aliento caliente del Gran Dragón me rodeaba.
_ ¿Por qué? ¿Por qué dices eso Gran Dragón?_ pregunté apesadumbrada_ Lo quiero.
_ ¡ES UN INSULTO!_ rugió el Gran Dragón como un padre que reprende a su hija por una mala elección, y un poco de fuego escapó por su hocico. El pasto adquirió una coloración marrón_ un insulto para ti, que tantos años has sufrido y seguirás sufriendo por tu hechizo. ¡Él, Princesa, aquel que pretendes, se ha hechizado solo! No hay respeto por tu situación en eso. Lo ha hecho luego de conocerte.
_ Lo sé...
Quedamos en silencio. Yo sentada en la roca gris pero cubierta de musgo, el Gran Dragón a unos cuantos metros, tirado sobre los árboles.
_ No quiero que lo lastimes.
_ No me es posible permitir que te dañe.
Entonces cometí el error que el Gran Dragón esperaba, ansioso. Desesperada, me levanté y exclamé:
_ ¡No es él quien me daña! ¡Son sus Sombras, las malditas Sombras!
Callé de pronto, tapándome la boca. El Gran Dragón mostró sus colmillos amarillentos y se levantó mientras la tierra temblaba a su alrededor:
_ Sea, Princesa.
"No..." Solo un susurro. Sin embargo el Dragón ya levantaba vuelo y apenas me alcanzó el tiempo para agarrarme de una de sus alas y elevarme con él.
Pronto llegamos a donde el Príncipe y la Princesa de la Torre Cercana charlaban tranquilamente. Mi amiga presintió el castigo y se apartó respetuosa. El Gran Dragón habló.
_ Nadie tiene derecho a lastimar a ninguna Princesa.
_ ¿Q-qué?_ balbuceó el Príncipe, temeroso. Su mano agarraba una joya extraña que colgaba de su cuello. La Ciudad de las Torres no teníamos dogmas, ni banderas.
_ Lo que has oído, Príncipe. Has creado Sombras. Sombras que lastiman a Princesas.
_ ¿A quién?_ el Príncipe sacó su espada reluciente.
Suspiré hondo.
_ A mí.
_ ¿A-- a ti?
_ Sí, Príncipe. Pero no desenvaines tu espada: no te atacaré. Aquella a quien dañaste también te defiende. QUEMARÉ TUS SOMBRAS, y borraré tus recuerdos de este suceso.
_ ¡N-NO TE ATREVAS, DETENTE!
No hubo más que decir: en el acto una oleada de fuego que brilla sin quemar salió de las fauces del Gran Dragón para volcarse sobre el Príncipe. De pronto, todas las Sombras surgieron de su cuerpo, y su espada de nada valió. Las Sombras, riendo locamente, se extinguieron en el aire.
El suspiro del Gran Dragón borró los recuerdos de ese día del Príncipe, que quedó profundamente dormido.
_ Ha sido.
Y el Gran Dragón se despidió de nosotras, nos deseó suerte en el viaje y la búsqueda, echó una última mirada de soslayo sobre el Príncipe y se alejó volando.
Pronto, todo quedó en silencio: La Noche oscura había llegado.
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